El reloj de la pared va afinando el péndulo
para contarle al domingo que ya son las siete. Me extraña saber que cuando el
día se está muriendo, y según algunos almanaques, la semana, mi vida empieza a
brotar en mis ganas. Empiezo a encenderme en contramano del mundo que me rodea.
A todos nos falta los mismo para volver al ruedo, pero a mí el rigor del
contrareloj me ilumina, me impulsa, me obliga a vivir lo que me queda.
Momentos de silencio, de imaginar el proyecto
de un sueño al que entiendo futuro, sonrío en presente por la vida que me va
tocando y me va pidiendo.
Elijo de alguna forma aprovechar esa mecha
corta que aparece y enciende de a ratos, portando una magia, como el cambio de
hora para un péndulo, que lo vibra al son de una música clásica, uniforme,
fría, inconclusa.
Y en esa elección escribo. Escribo por que me
gusta. Escribo porque fluyo. Escribo para romper la inerte atracción entre
significante a significado, a veces con tanto polvo y telas de araña como las
relaciones sin cielos, o las vocaciones sin dueños. Ah, también escribo por
eso. Porque no sabía que escribía, y alguna vez por accidente o por la
necesidad de alguna fuerza proveniente de algún rincón del universo me
despertó. No por azar, sino porque sí. Tan porque sí como el andar del tango en
las callecitas de La Boca, el vivir del vino en las peñas folklóricas, o el
morir del barrio a las seis de la tarde sin morir todavía.
Y así puedo seguir mencionando incluso con
nombre y apellido estas conexiones sin verso, que existen entre cada ser y su
sentido de ser. Sentido que algunos asumen desde su desentierro, al que otros
nos animamos de a poco a entregarnos, algunos lo abandonan en algún cenicero y
otros tantos saludan sin pensar en la posibilidad.
Al mismo tiempo que pienso, cayo, y al mismo
tiempo que siento escribo. Percibo. Conecto. Vibro. Me fundo a mi línea. Me
entierro en los signos. Invito a los sordos y aliento a todo aquel que en algún
reojo sintió el escalofrío de su esencia. Vivió algún instante al unísono del
mundo y las leyes del universo. Y le nace escaparse al olvido y a su propia
traición.
De repente el silencio me enfrenta a un montón
de miedos que también coexisten en mí. Junto con las líneas precedentes y con
las que me continuarán. Poco a poco la adrenalina que percibo se amolda más al
sonar del péndula marcando la media hora, y se aleja de la intensidad lograda
por los siente campanazos de hace un rato. Ya pasó. De a poco se va yendo lo
que queda. Y vuelvo a ser tan mortal como antes del principio.
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